César Cueto. Alianza siempre fue mi club, mi casa, mi vida

Está igualito, como aquella vez que se fue en el 80. El pelo cortito, los bigotes ralos, la pinta cuajada que deja la esquina del barrio. Y ahí, retozando sobre su cama de plaza y media en la concentración aliancista, rodeado de semanarios hípicos, de programas oficiales, concentrado apunta una "polla" múltiple que probablemente bordeará los 40 puntos.

—No puede molestarlo, cuando está "Estudiando su Polla", no atiende a nadie—, dice el utilero del club, pero aliancistas como somos: "Disculpe maestro, sólo queremos saber qué piensa del verano, de su nueva estadía verano, de su nueva estadía en Alianza".

"Estoy alegre —nos dijo—, siempre Alianza fue mi club, aquí estuve presente en las buenas y en las malas. Aquí me inicié, aquí maduré y después, cuando venía de vacaciones a Lima, siempre me abrieron las puertas para entrenar, para no perder la forma. Aquí, en Matute estoy como en mi casa, soy el hijo malcriado que siempre regresa al seno materno".

Y Cueto estuvo año y medio de para. Una operación a la rodilla y el largo proceso de la recuperación, hasta que Miguel Company —técnico del Sporting Cristal— lo invitó a que practique con los celestes y César sólo tuvo que pisarla en aquel campo de La Florida para que lo incluyan en el equipo que viajaba a Corea del Sur. El zurdo se resistió, los ligamentos todavía estaban débiles.

Y Cristal esperò, después vino la Copa Marlboro en Nueva York y la calidad del zurdo en aquel campo sintético del Gigants Stadium, el triunfo sobre el Benfica, la goleada al Barcelona de Ecuador y otra vez los elogios. Al retornar le ofrecieron un contrato de un año, ventajoso para cualquiera, pero ahí entró a tallar Alianza, casi las mismas condiciones y Cueto tuvo que decidirse por los victorianos, ese corazón siempre tiraba para el monte.

En 1979 César Cueto fue contratado junto con Guillermo La Rosa para jugar en Medellín, en aquel Nacional, el equipo auriverde. Fueron épocas triunfales en tierra colombiana. Los dos peruanos no perdonaban a nadie. El Nacional se situó en los primeros lugares y Cueto por varios años fue colocado como el mejor mediocampista creador del medio. Seis años en el Nacional sirvieron para que Cueto encuentre su plenitud, y en ese lapso fue al mundial de España, jugó las eliminatorias contra Argentina, el Perú lo siguió queriendo desde lejos.

César Cueto en la portada de la revista Ovación, 25 de julio de 1978.

"Los colombianos tienen grandes jugadores —nos cuenta dentro de un buzo de creación huachana—, suma a éstos los refuerzos de tres extranjeros casi en todos los equipos, entonces da como resultado un torneo intenso y difícil. Otra cosa, allá son más ordenados con sus campeonatos. En enero hay vacaciones para todos. En febrero se inicia un torneo con 14 equipos, a medio año otro que finaliza en diciembre y nunca hay incertidumbres".

Y César no entiende de liguillas, de torneos múltiples, de campeonatos simultáneos.

"Si yo mismo no sé qué campeonato estamos jugando —responde mientras juguetea con la red—, aquí existen muchos torneos, demasiados equipos, deberíamos ser más ordenados, planificar con tiempo las fechas, por eso existen problemas para armar la selección; las liguillas no deben jugarse en otro tiempo, los equipos a veces ya no están en su mejor rendimiento; además, quiere que le diga una cosa, aquí todos los años se cambian los reglamentos, así nadie respeta nada".

"Un año jugué en el América y llegamos a la Libertadores. Ese es un señor equipo, tiene todo, las mejores comodidades para sus deportistas y sus socios, unas publicaciones de lujo y un trato de reyes, por eso llegó a ser varias veces finalista, sino, pregúntenle a Julio César Uribe. Después estuve medio año en el Pereyra y me lesioné, terminamos el contrato, regresé al Perú, me operaron y aquí me tienes, tratando de encontrar mi mejor nivel".

"¿Qué me dio el fútbol?" Todo, esa alegría de vivir bien. El fútbol es para mí una pasión, la Ilevo muy dentro. En el fútbol encontré grandes amigos, extraordinarias amistades. No me quejo del lado económico, me fue bastante bien, con lo que gané tengo un hogar decente para mis padres, una casa formidable para mi esposa y mis hijas. Qué más puedo pedir al fútbol. Mire, yo tengo 34 años y todavía pienso seguir jugando muchos años más. No me quejo. El fútbol me dio todo.

Y ahí va con la pelota pegada al pie, toca, se la devuelven, prueba de larga distancia y ese balón que pasa pegadito al primer palo de un arquero asustado. No corre mucho, lo suficiente, pero su ubicación parece de ajedrez, la pelota siempre lo busca y por eso los rivales lo tratan con rudeza.

"Ya casi todos se han olvidado de decirme 'poeta de la zurda' —nos cuenta algo fastidiado—, ahora he dejado las jugadas de lujo y aportó más para el equipo, eso es parte también de la experiencia. Cuando llega a tener sus años se da cuenta que en la juventud todo es fácil. Yo me divertía jugando cuando recién aparecí. Después, al llegar al "José Gálvez" de Chimbote, la gente hablaba que era indisciplinado y de repente era cierto, apenas tenía 18 años. De lo que sí estoy seguro, es que siempre fui respetuoso y no me pelee con nadie".

Y conforme conversamos, Cueto se va soltando, ahora cuenta que nació en el Rímac, en la calle Ramón Espinoza al 231, que su primer técnico fue el mismo Miguel Company cuando éste jugaba en el Miraflores F.C.; que después llegó a Alianza, a los 11 años y que Rafael Castillo fue como un padre, él moldeó aque llas virtudes de muchacho ralo, con genio adportas, con una magia en esa zurda aun poco desarrollada, poco tiempo después fue crack.

"Volví porque la familia estaba un poco dispersa. Gloria, mi esposa me apoya pero siento que debería estar más en casa. Tengo cuatro niñas, son todo para mí. Aracely, Erika, Nadia y Liz; qué cosa quiere que le diga, son mi mundo. Tengo mi casa en Santa Catalina, un auto y uno que otro negocio. Mi día es de lo más normal, entreno o juego, voy al hipódromo, ahí tengo varios amigos, y en la tarde estoy en casa temprano, un poco de televisión, algunas revistas y me meto a la cama. No soy complicado.

Y Cueto parece lo que es. Su silencio se vuelve a romper ahora que me cuenta que como palomilla de barrio, se compra su dupleta, su cuádruple, su polla, se tira a escuchar las carreras, la señora Gloria le prepara el cebiche, el cau-cau. César no bebe y después de una emoción, apenas una pitada de cigarro, vicios menores que los tiene cualquiera. Y prefiere un frejol con su seco antes que una cena en La Rosa Náutica.

"Voy a comenzar a estudiar —reflexiona cuando ya Matute se quedó solitario—, quiero tecnificar lo que sé del fútbol. Sabe una cosa, me encantaría enseñar a los niños, a las divisiones inferiores”.

Sí, pero cuando le pregunto por este Alianza de Cubillas, el César se pone serio, ahora dice que hay que esperar al equipo, que lo único que falta es tiempo. Explica que hubo mala suerte en esa primera serie, que algunos no rindieron porque volvían de lesiones complicadas, pero que todo se arreglará. Y Cueto se transforma, ahora sube a su Toyota Cressida, ese auto plateado que lo diferencia del resto del plantel, porque después, el Cueto sigue siendo igual que los demás, ahora que sueña con la polla y con el regreso de Alianza, a otra liguilla, por qué no, a la Copa.

*el íntimo, diciembre de 1988, pp. 24-26.

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