Eugenio Segalá, arquero del Alianza Lima de antaño
Entrevista de Etino a Eugenio Segalá, uno de los arqueros más completos y excepcionales que tuvo el fútbol peruano (1).
En el año 1915 el equipo de Segunda del Alianza Lima ganó el campeonato de su categoría y subió a primera con el nombre de Association Alianza. El popular Club de La Victoria llegó a tener así, dos equipos en la división máxima del fútbol peruano y ambos conservaron su categoría durante algunos años hasta que cambió la reglamentación del popular deporte permitiendo a los clubs tener sólo un representativo en cada categoría.
Eugenio Segalá Castillo, arquero de inconfundible estampa, uno de los grandes arqueros que ha producido nuestro fútbol, porque es sabido que hay varios futbolistas de esto puesto que brillaron con caracteres singulares en la trayectoria del balompié peruano, apareció en el escenario deportivo del país, precisamente con aquel equipo del Association Alianza. No impresionó gran cosa el novel arquero en su debut y más bien sí, dió la sensación de que era demasiado nervioso y falto de carnes para aventurarse a defender un arco en ese tiempo en que el fútbol era guapeza, empuje y coraje. Dos años continuó como integrante del Alianza y luego marchó a Arequipa. Tal vez, si un poquito desconfiado de sí mismo, optó por ausentarse de la capital para adquirir aplomo y serenidad en canchas provincianas. Hasta 1919 permaneció en la ciudad sureña regresando a fines de ese año a Lima a incorporarse nuevamente al primer equipo de Alianza Lima, que entonces se denominaba Sport Alianza. De entonces data el comienzo de su brillante carrera de éxitos. En calidad de guardavalla y de «Director Deportivo» del team victoriano supo afianzar su recia personalidad entre las grandes figuras de nuestro deporte.
Eugenio Segalá es el tipo de deportista que a sus aptitudes físicas unió siempre ese otro factor o cúmulo de factores psíquicos y morales que constituyen la personalidad. Y gracias a ésta, más que a aquellos, logró su consagración. Entre los valores de nuestro fútbol de antaño es inconfundible el señorío y la prestancia de la figura de Segalá. Caballeresco y pulcro, a la vez que ágil y seguro, matizó sus actuaciones deportivas con el tinte indeleble con que lo hacen las figuras de excepción. No obstante ello, tal vez no hubo en su época valor deportivo más discutido que el hábil guardavalla limeño. Precisamente esto demuestra su importancia, hace palpable la trascendencia de su personalidad, recta, ecuánime, cuyos atributos pesaban, en la actitud y el proceder de quienes lo rodeaban.
De entre la trama del pasado entresacamos la historia deportiva de Eugenio Segalá. Muchos escenarios distantes, muchas sombras de personajes a quienes nos unen apenas algunos hilos tenues del recuerdo, se aclaran y cobran actualidad ante los datos que me proporciona el veterano deportista. En 1911, cuando tenía trece años de edad y era un muchacho larguirucho a quien sus amigos decían familiarmente «el Flaco», Eugenio Segalá se inició como futbolista en el equipo infantil del Sport Alianza. Pobres eran entonces sus perspectivas, pero había firme decisión y férrea voluntad en el espigado mozo, por ascender los peldaños de la popularidad y la consagración. No tenía otro anhelo, al igual que todos los deportistas de la época, que el de vestir una casaquilla, la que su corazón le insinuaba, y defenderla luego con alma y vida, y ser grande y famoso por ella, para ella y para el deporte nacional. Se encariño con la divisa del ya popular Sport Alianza cuyas actuaciones encendían el entusiasmo de la mayoría de los jóvenes limeños. Defendiéndola fue labrando poco a poco su carrera triunfal.
El año 1913 sorprende a Eugenio Segala actuando en Segunda División. Poco después, en 1915, ascendía junto con su equipo a Primera. Ya vimos que por dos años estuvo jugando sin mayores éxitos en la categoría máxima, marchándose luego a Arequipa, donde permaneció hasta fines de 1919.
Su enorme entusiasmo y su decisión de vencer en las lides del deporte, le exigían constante actividad, y en la ciudad del Misti había campo propicio para ello. Jugó primero por el White Star, club al que ayudó también a fundar y organizar. Sus primeras actuaciones felices datan de este tiempo su figura se hizo popular entre los aficionados del sur. En el año 1917 pasó a defender la valla del Club Victoria de Huayco en el que alcanzó ruidosos triunfos que dieron jerarquía a su personalidad deportiva. Una de las actuaciones para él más memorables y gratas la realizó en esta época, en la temporada de 1918. Se trataba de un match en beneficio de los niños irredentos pobres de Arica y Tarapacá. Debían enfrentarse un combinado de los clubs Aurora y White Star por una parte, y el Melgar por otra. Y para darle más lucimiento al festival y más categoría futbolística, la comisión organizadora solicitó la cooperación de Segalá y Augusto Cucalón, los dos del Victoria Huayco, para reforzar al Melgar. Segalá tuvo un gran desempeño en este memorable match que siempre será recordado en Arequipa, tanto por su aspecto deportivo, que fue brillante, como porque el pueblo acudió como un sólo hombre a prestar su ayuda para el rescate de los niños peruanos del territorio cedido a Chile. En las postrimerías de este encuentro Segala se dislocó, una mano, lo que motivó su regreso a Lima, a fines de 1919.
Llegó justo cuando iba a comenzar el Torneo de Clausura que ese año se llamó Torneo, por «La Llave de Oro» instituido por el cabaIlero Felipe Ríos, ferviente admirador del Ciclista Lima Association. Oigamos lo que al respecto nos cuenta Segalá:
«Ciclista Lima alistó para este torneo un equipo formidable: Carpio, en la valla, uno de los grandes arqueros que ha tenido el Perú. En la defensa, los hermanos Aransáez, apodados «Los barretas», por recios e impasables. La gran linea media: Pedro Moscoso, Mascaro y Coquelet. En la delantera había jugadores como Alfaro, Reyes y Luis Carrillo. Todos estos hombres eran de físico imponente y formaban un conjunto poderoso, uno de los mejores cuadros del fútbol nacional».
«El Torneo Llave de Oro —prosigue— fue disputado entre Ciclista, Alianza Lima, José Gálvez y Chávez Lima. El primero, era el Campeón de 1919, y casualmente por esto es que el señor Felipe Ríos se animó a donar una hermosa Llave de Oro para el ganador, porque estaba seguro de que triunfaría su club favorito, cerrando así con «Llave de Oro» la temporada. Pero las cosas salieron de otro modo y quien se llevó la simbólica y valiosa llave fué Alianza Lima».
En este torneo, el partido más emotivo fue el que jugaron Alianza con Ciclista y en el que sensacional e inesperadamente se impusieron los victorianos por cuatro goles a cero. Un detalle que no es posible olvidar relacionado con este encuentro. El jugador Coquelet, que pertenecía a los registros del Alianza Lima y que había estado entrenando hasta la víspera con los jugadores de este club, salió el día aquel vistiendo la camiseta del Ciclista. Cosas de la época, Los aliancistas se vieron en apuros para suplir el vacío dejado por su half. Pensaron en varios y ninguno parecía adecuado para ocupar el puesto en un partido de tanta importancia. Se acordaron entonces del veterano aliancista Julio Rivero, que ya entonces estaba retirado de las actividades deportivas.
«Fuimos a su casa —cuenta Segalá— y solamente lo convencimos para que jugara. El gran half centro peruano, enfermo, casi ciego, con la cabeza envuelta, anteojos ahumados y una visera delante de sus ojos para defenderse del sol, entró a la cancha en medio de formidable ovación. Y así como estaba, fué el mejor hombre de la cancha».
«Y permitame ahora —habla con sinceridad el famoso ex-arquero— expresar mi particular opinión acerca de Julio Rivero. No creo que haya habido hasta la fecha en la larga y pródiga historia de nuestro fútbol un centro half como «Don Julio». Era un fenómeno. Era un hombre adelantado por lo menos treinta años a su época, tenía un concepto acabado del fútbol, tal como no podían tenerla los hombres de su tiempo. Y según ese concepto, desenvolvía su juego en la cancha. Intuición o lo que fuese, lo cierto es que Julio Rivero actuaba en ese tiempo como tal vez no lo haga ahora el half centro del mejor conjunto de fútbol de América».
Le pido a Segalá que me proporcioné los nombres de los jugadores que ganaron ese año de 1919 el torneo por la «Llave de Oro».
«Nuestro equipo —responde solícito— estuvo formado así: Segalá, Victor Alcalde y Carvallo; José Jaime, Julio Rivero y Angel Noé; Jorge Sarmiento, Oscar Zavala, nombre excepcional también, inteligente, pícaro y veloz, de la categoría del gran Scarone, no tenía shot pero cada vez que dirigía un tiro al arco lo hacía con tal precisión y justeza que era gol fijo. De centro forward actuó Guillermo Rivero, y en el ala derecha el «Quemao» Miguel Rostaing y Miguel Ruestas, uno de los buenos punteros de entonces, a quien la hinchada conocía con el mote de «Peluca».
A continuación Eugenio Segalá me revela algo muy interesante por cierto.
«El Alianza Lima de entonces —dice— practicaba y conocía tácticas. Aunque parezca aventurado afirmar esto, la verdad es esa. No sé por qué han de causar tanto revuelo las noticias de que River Plate de Argentina está usando una táctica «nueva» que consiste en que los delanteros cambien sus puestos según lo requieren las circunstancias. Ahora se dice que esa es táctica moderna y que el juego de River Plate es técnico. Sin jactancias, los jugadores del Alianza practicaban esto. Nadie lo va a saber mejor que yo, que era quien los preparaba. La permuta de puesto durante el juego, sobre todo en el primer tiempo, era parte de nuestra táctica, que buscaba agotar el adversario en esta primera etapa para luego doblegarlo en el segundo tiempo. Por eso llegó a decirse que el Alianza era equipo de «segundo tiempo». Nada de eso, jugábamos con táctica. Posteriormente, cuando en 1924 vinieron los «maestros uruguayos» pude comprobar que nuestro fútbol, si no tan perfeccionado como el que practicaban ellos, sin embargo, tenía mucha similitud. Y de las conversaciones con los futbolistas orientales saqué la conclusión de que la modalidad uruguaya, la que se basa en la picardía y el dominio de bola, precisamente la modalidad que practicaba el Alianza, era la que mejor se amoldaba a nuestro medio, a nuestra agente». El jugador peruano, no es un jugador de gran físico; por lo tanto tiene que basar su supremacía en los factores antes mencionados, o sea dominio de bola y picardía, jugar por el suelo no por alto».
«Como digo —prosigue Segalá— toda la vida el fútbol peruano y el fútbol en general han, tenido tácticas. La marcación de hombre a hombre, la permuta de puestos, las tácticas en «W», etc., todas eran conocidas y más o menos practicadas, con variantes dadas por la época naturalmente. La diferencia está en que antes no había tanta propaganda, no había profesionalismo, no habían entrenadores científicos, ni jugadores que valían miles de miles de soles. Las tácticas se conocían y se usaban pero por pura intuición, роrque el sentido común se lo decía a uno o la observación atenta así lo denunciaba. Hoy día todo eso es técnica».
Prosigue Eugenio Segalá brindando sus valiosas opiniones sobre el fútbol como deporte táctico:
«Un equipo por más técnico que sea observa debe tener picardía. Es la base principal junto con el dominio de bola. Sin estos requisitos, un jugador por más condiciones físicas que tenga no podrá rendir mucho. El Alianza de antaño tenía estos básicos fundamentos. Todos sus jugadores eran pícaros y dominadores de pelota. Cuando José María Lavalle se llevaba la pelota nadie se la podía quitar. Es que sabía dominarla. La cuestión no está en correr tras de la pelota sino en «llevarla», correr con ella «рegada a los pies» como se dice, cuidando que no se aparte más de cincuenta centímetros del jugador».
«Para probar cuánto puede la habilidad y picardía le referiré lo que me contó el gran jugador uruguayo Scarone: «El campeonato Mundial de Fútbol en las Olimpíadas de Colombes, en 1924, dice el uruguayo, lo ganamos fácil. Nuestro estilo de juego no era conocido en Eurора у poco pudieron las tácticas de los ingleses, belgas, yugoeslavos, franceses, etc., ante la picadura y dominio de bola de nuestros Jugadores. La segunda vez, en Amsterdam, la cosa fué un poco más difícil. Ya los europeos habían asimilado algo de nuestro estilo. Entonces tuvimos que jugar con más empeño. Para dominar a los cuadros europeos físicamente más fuertes, tuvimos que emplear picardía, dribling, quebrar y quebrar en el primer tiempo de manera que parecía que no queríamos hacer goles. En el segundo tiempo, ya no había prácticamente equipo adversario, estaban agotados todos los jugadores y era fácil obtener entonces los tantos del triunfo». ¡Precisamente lo que hacía Alianza Lima!
«Y si no ahí va un testimonio —expresa Segalá con entusiasmo—. El conjunto yugoeslavo Hayduck trajo un equipo de once colosos, once atletas de físico imponente. Su juego era neto de escuela inglesa, táctica sobria de pases largos con miras a hacer gol con el menor regateo posible. El mismo sistema que usa ahora el Vasco de Gama de Río de Janeiro. Pues bien, a este equipo el Alianza Lima le hizo cuatro goles a cero. Y en sus declaraciones los jugadores yugoeslavos decían que jamás habían jugado con equipos como el Alianza en el que los hombres eran tan hábiles que ponían la pelota junto a los pies del adversario y este la veía pasar desesperado sin poderla detener; o bien se la llevaban y traían juntito al jugador contrario, quien, sin embargo, no se la podía quitar. ¡Fútbol desconcertante, pícaro, hábil! Ese era el fútbol del Alianza de antaño».
Eugenio Segalá deportista de cuño antiguo, los que se enamoraban de veras de su camiseta y de su club y por nada lo abandonaban, pensaba terminar su саrrеra deportiva en el Alianza Lima. Fué así que a fines de 1928, debido a un incidente con los dirigentes de su querido club, se vió en la penosa necesidad de dejar la Institución por la que tanto había hecho y a la que tanto quería. Y naturalmente su determinación fué retirarse por completo del fútbol. Pero no bien se supo que había abandonado las filas del Alianza Lima, empezaron a asediarle los dirigentes de las más prestigiosas instituciones locales, para solicitar sus eficientes servicios. El a todos contestaba con corteses aunque rotundas negativas. Pero volvían a la carga incansablemente los «buscadores» de estrellas. El gran arquero tenía que evadirse, esconderse y realizar toda clase de escaramuzas para no ser «atrapado». Pero así y todo cayó en las redes y de la manera más inverosímil.
«Quería tanto al Alianza Lima —dice— que no me atrevía a vestir otra camiseta. Llegó un día a verme el señor Borda, dirigente del Circolo. No pude evadir su presencia, pues yo mismo salí a abrir la puerta cuando tocó el timbre. Bueno, me dije, eludiré de algún modo a este señor como lo he hecho con los otros. Con este pensamiento, no bien el señor Borda «abordó» el consabido asunto, yo le salí con esto: Bien señor, usted quiere que juegue por el Circolo, verdad? Bueno, encantado, pero déme un automóvil! Era pues, en ese tiempo, como pedir un imposible y yo me quedé contento cuando el dirigente «azurra» sin replicar palabra me dió un apretón de manos y salió de la casa. Sinceramente que jamás me imaginé que esta petición, absurda por completo y hecha por mi como un recurso extremo para que no me siguieran molestando, habría de ser satisfecha. A los tres días, llegaron el señor Borda y otros dirigentes más del Circolo y me invitaron a salir un momentito. Salgo, y delante de mi casa encuentro un automóvil y el señor Borda que me dice: «Segalá, es suyo».... Esto es lo que se llama, ir por lana y volver trasquilado. No hubo más remedio que vestir la camiseta «azurra». Y a pesar de que sólo estuve corto tiempo en el Circolo, pues jugué tres partidos, debo declarar que los dirigentes y en general todos los socios de la prestigiosa institución, me colmaron de obsequios y cariño; y ahora que se presenta la oportunidad quiero hacer público mi agradecimiento a la gran Institución de la Avenida Brasil.
En 1919 arranca la cadena de triunfos en la vida deportiva de Eugenio Segalá. En el Torneo aquel de la «Llave de Oro» se consagró en definitiva como un arquero extraordinario y el nombre del «Flaco» Segalá empezó a ser común en los comentarios de los aficionados al fútbol.
Arquero de una gran personalidad dentro y fuera de la cancha, supo hacer escuela de su estilo elegante y seguro, y de su característica pulcritud en la presentación. Se dice de él que cada vez que salía a la cancha lo hacía con una camiseta nueva.
«Hay algo de verdad en eso —confirma— cuando no era una casa comercial, un hincha o un socio del club, era un amigo cualquiera el que me proporcionaba la camiseta para estrenarla. Muchas veces cuando el partido era de candela, salía con la camiseta destrozada después de haberla estrenado. Tenía que pedir disculpas y sus dueños resignarse».
En el año 1925 realizó su primer partido internacional guardando la valla del combinado Alianza-Progreso en su match con el Belgrano, de Montevideo.
«Fué uno de los grandes equipos que han llegado a nuestras canchas ese del Belgrano —afirma Segalá—. Venían en sus filas varios integrantes del Seleccionado uruguayo que había conquistado el Campeonato Mundial de Fútbol el año anterior de 1924, en las Olimpíadas de Colombes, Francia. Ganó a todos los cuadros, menos al Combinado Alianza-Progreso. Precisamente por mi actuación en esta temporada, la Municipalidad de Lima me otorgó un Diploma con Medalla de oro».
«Otro encuentro para mi muy grato fue el que hice frente al Real Madrid, equipo de profesionales españoles. Tapé ese día por la Selección Limeña en la que actuaron ocho jugadores del Alianza Lima y que empató con los hispanos 1-1. Este match lo recuerdo mucho porque en él hizo su debut el gran Alejandro Villanueva y cúpome a mí el privilegio de haberlo hecho aparecer, en el puesto de forward centro. Cuando «Manguera» llegó al Alianza Lima jugaba de back. Como estaba encargado de dirigir los entrenamientos y por lo tanto ver el mejor rendimiento del cuadro, presto eché de ver que Alejandro podía rendir más en el puesto, de centro delantero, pues le veía condiciones para ello. Comencé a probarlo en ese puesto. Sin embargo, los dirigentes no estaban conformes; algunos decían que su puesto era de interior. Jugó dos partidos ahí, y fracasó. Luego pasó al puesto que yo le había pronosticado y fué una revelación. Su debut internacional frente al Real Madrid causo sensación. Contra la voluntad del Presidente de la Federación de Fútbol y de todos los dirigentes hice jugar ese día a Alejandro de centro forward, cargando con una enorme responsabilidad, pero sabía que no iba a fracasar, como sucedió en efecto. Alejandro hizo el gol de empate y el Presidente de la Delegación Española en declaraciones a los diarios expresó que: el forward centro de la Selección Limeña era un jugador de mucho porvenir».
«Otra actuación inolvidable fué la que cumplí en 1929, defendiendo los colores del Circolo Sportivo Italiano y jugando contra mi antiguo Club Alianza Lima. El compromiso era dificilísimo. Tanto porque los cinco delanteros eran hábiles y peligrosos que mareaban a cualquier аrquero, como por el hecho de que salieron aquel día con la consigna de golearme. Villanueva había apostado que me haría por lo menos cuatro goles y poco antes de empezar el match vino un amigo a decirme: Eugenio, he apostado con Alejandro a que no te hará más de cuatro goles. Medio que se resintió mi amor propio. Y por eso fué seguramente que ese día me batí con singular denuedo. Como un león si cabe. Le quitaba bolas de los pies a Neira, a Lavalle, a Villanueva que estaban locos por golearme. El equipo del Circolo era muy inferior a su adversario y el que menos esperaba una goleada. Al final nos ganaron por 2-1. Había sido una performance sorprendente de nuestro equipo».
«Usted me pide que le cuente una anécdota —dice Segalá procurando reсоrdar algo—. Bien, le contaré esto, que no lo es propiamente pero que puede pasar por tal».
«Salí a cumplir el segundo tiempo con el Belgrano después de haber actuado estupendamente en el primero. Una clamorosa ovación me recibió y miles de pañuelos y sombreros se agitaban saludándome. La tribuna de primera, la de segunda, las populares, una tras otra iban esteriorizando su entusiasmo y su contento por mi juego en el primer tiempo. La emoción que sentí entonces fue singular. Lejos de hallarme contento, sentí una especie de pavor considerando la enorme responsabilidad que esos aplausos ponían sobre mi pobre persona. Y aterrorizado me preguntaba, ¿y si no puedo actuar bien en el segundo tiempo? ¿Si defraudo las expectativas de esta muchedumbre, me pifiarán de la misma manera que ahora me ovacionan? Este pensamiento, sinceramente me hizo temblar. Pero a Dios gracias el segundo tiempo fué como el primero, y al salir nuevos aplausos estentóreos; sólo que esta vez sonaban ya alegremente a mis oídos y una amplia satisfacción invadía mi espíritu».
En el año 1928 el Alianza Lima realizó una gira a los países Centro Americanos. Siete meses duró esta tourné que se prolongó hasta Méjico y luego por invitación especial, hasta Cuba. Aquí fue donde el Alianza Lima encontró su «Waterloo».
«Habíamos empatado el primer partido y salimos a jugar el segundo —cuenta mi distinguido interlocutor—. Nuestro contendor era el equipo Asturiano, integrado por jugadores de esta región de España, el match se realizaba en cancha del Club, el referee era asturiano y el público casi en su totalidad estaba compuesto también de asturianos. Practicaban el fútbol antiguo de España, brusco y en el que valía todo, mucho más contando con el referee. Empieza el partido y hay completo dominio de los nuestros. Se impacientan los espectadores. Hay un gol de nosotros y la impaciencia llega a su tope, y empiezan a vociferar, pidiendo que corra sangre o diciendo, «Reparte leña coño, acuérdate que eres de Asturias». Y vino lo lindo. Yo salí lesionado y cuando quiso entrar Pardón en mi reemplazo, el referee no lo dejó. La «chanca» estaba en su punto. El «Sereno» Saldarriaga dejó á un lado su peculiar serenidad y calma y se puso también a «repartir». Pero no había caso, teníamos que dejarnos empatar por lo menos para que calmara un poco la «vehemencia» de los asturianos que amenazaba llegar a un tope sangriento, Con decirle que Soria, el jugador guapo y macho por excelencia, temblaba de miedo ese día. Los dos encuentros restantes tuvimos que perderles para salir con nuestros huesos integros».
Dos grandes arqueros Eugenio Segala y Juan Valdivieso tienen un poderoso vínculo que une sus historias. Segalá confiesa:
«Desde el comienzo me gustó el muchacho y le llegué a tener cariño de padre. En los comienzos de su carrera, muchas veces me fingía enfermo para darle a él una oportunidad de actuar. Tal vez sea impropio que yo lo confiese, pero fué así. Hay que notar que Valdivieso al principio no actuaba en el arco y no le gustaba el puesto. Jugaba de half derecho. Yo le ví condiciones y traté de encaminarlo como lo hice en efecto contando con la docilidad e inteligencia del muchacho. Y es mi orgullo poder decir que Valdivieso ha sido mi discípulo y mi sucesor en la custodia del arco del Alianza».
«El puesto de arquero —dice el ex-crack de Alianza Lima— es el puesto más difícil y complicado. Hay una serie de aptitudes que tienen que complementarse en un deportista para que éste pueda ser un buen arquero. Y a esto debe unirse siempre el conocimiento de todos los secretos del puesto, que son variadísimos y requieren dedicación y estudio. A mi concepto, Luis Suárez, el muchacho de Municipal es un guardavalla de gran porvenir, por sus condiciones y su dedicación al deporte y además porque no es muy amante de la espectacularidad. Un elemento que pudo haber sido excерсіоnal de haber contado con un buen maestro es Carlos Ganoza. Muchacho agilísimo, de buena vista, valiente. Pero le faltó aprender la colocación, primordial en el arquero. Jorge Garagate, a mi parecer es un elemento con aptitudes especiales para guardavalla. Pero tiene un defecto capital y que puede truncarle un porvenir brillante: ama la «pelicula», es un hombre que juega para las tribunas. Y si puedo dar un consejo a los jóvenes deportistas de ahora es precisamente este: Que se acostumbren а јugar раrа еl equipo, para el conjunto. Que se dejen de poses y figuritas innecesarias. Picardía y dribling, plangeones y zambullidas, en su debida oportunidad y a ser posible en ausencia del fotógrafo. En mi época no se podía ser elegante ni peliculero. Las delanteras eran muy efectivas y habían hombres sumamente codiciosos con los cuales no había que ir con rodeos. No deben olvidar los futbolistas que un equipo se compone de once hombres, y que los once, inclusive el arquero deben actuar en conjunto, armoniosamente. Este el mejor consejo que puede darles un deportista de antaño, que ha visto y ha jugado mucho y que anhela el progreso del popular deporte del fútbol».
(1) Sport, Año IV, No. 165, Lima, 29 de abril de 1948.
Comentarios
Publicar un comentario