Manguera. El ídolo negro. Maestro incomparable.
Escribir la vida de Alejandro Villanueva, es relatar el paso fugaz de una estrella negra. Es recordar los padecimientos de los hombres de color. És volver a la historia del negrito callejonero que encuentra en la pelota de trapo, a la mitigadora de sus miserias escondiendo tras su risa blanca los días de hambre en el rinconcito triste.
Nada ha cambiado en su casa: La guitarra colgada a la derecha de la cama, el polvoriento baúl antiguo, el retrato del hijo en la repisa, el diploma sobre la pared, el bacín astillado, la muñeca de trapo sobre el suelo, el mismo caño. Así era el hogar de Melchora Martinez y Melquiades Villanueva. La pareja que no tuvo a su alcance los alimentos frescos. Era la casa adornada de papel periódico pegado sobre las paredes.
Alejandro Villanueva nació en el solar de Santa Rosa en el cuarto N° 8 entre cacerolas viejas, revistas antiguas. Era un negrito feo que semanas después era bautizado en la Iglesia de San Lázaro. Siguiendo las costumbres, escogieron el nombre que trajo el almanaque el día del alumbramiento de Doña Melchorita.
En esa asfixiante pobreza creció Alejandro Villanueva. Sin el caño de sus ocupados padres. Su madre lavandera y su padre albañil apenas se alcazaban para darle una caricia. Su infancia transcurrió buscando el realito por botar los desperdicios en el basural o cargar una lata de agua.
El primer día que fué a escuelita de bajo el puente lloró inconsolable. Cuando pasó a la Escuela Maravillas era el negrito vaquero que se distraía tirando piedras en el "rio hablador". Tenía miedo a los números y a las preguntas del profesor.
Sólo los hijos de los doctores, de los rotarios, de los concejales, de los filatélicos podían poseer una pelota de cuero, camisetas de varios equipos, chimpunes lustrosos para embetunarlos vanidosamente y después mirarse en el espejo esponjando el pecho.
Mural de Alejandro Villanueva. Fuente: Asociación Cultural Alejandro Villanueva. |
Cursaba el 4to. año de primaria cuando abandonó los estudios por aliviar la economía del hogar. Durante tres años fue albañil como su padre; llegaba agotado al lado de su madre después de haber cargado ladrillos, adobes, sacos de cal, haber pisado barro y cernido arena.
La pelota que no daba bote, que pesaba demasiado si caía al charco y que era cuidada de la vista de los padres por no ganarse una segura tunda por haber destruído una media remendada, esa pelota de trapos inservibles fue su primer contacto que tuvo con el fútbol.
Otros negritos como el que apodaban "Cucurucho", "frente de lapa", "Jeti", se quedaban asombrados que Alejandro hiciera dar bote a la pelota sobre su cabeza crespa. ¿Cómo haces Alejandro? le preguntaban y el negrito enseñaba su blanca sonrisa.
Cuando consiguió el puesto de chofer transportando gasolina en un camión, pudo dedicarle tiempo al fútbol. Era el arquero espectacular del equipo "Inca". Su familia se mudó del Rímac a un callejón de la Victoria, donde encontró muy buenos amigos y formó el equipo "Los once amigos". Los viejos ambulantes hacían alto cuando veían jugar y murmuraban que el negrito alto, de piernas huesudas jugaba lindo.
Al poco tiempo fué a parar al "Teniente Ruíz" que después alimentó al Alianza Lima cediéndole sus estrellas y entre ellas el negrito Alejandro que ya se sentía todo un hombre con un cigarro "Inca" en la boca. Ese 1924 conoció a Sarmiento, Neyra, Villanueva, José María Lavalle.
La primera vez que lo vieron jugar los aliancistas, les dió la impresión que su nuevo compañero llevaba la pelota amarrada a los pies. La manejaba a su capricho con la cabeza y sus pases eran como puestas de bola con la mano. Con Alianza viajó a México, Cuba, Costa Rica, Centro América ganando el equipo "íntimo" todos sus partidos.
Alejandro "Manguera" Villanueva ya enloquecía a las tribunas con su juego pícaro, cimbreante, cerebral. Del maestro se cuentan innumerables tardes de gloria que la actual generación ignora. Ignoran que entre Villanueva y Lolo, se esconde el mejor futbolista peruano de todos los tiempos, y que el tiempo no ha logrado dar aún con un hombre de esa talla.
Durante la gira del equipo español "Juventud Asturión” por canchas de Sudamérica, en Lima derrotó a todos los equipos que enfrentó, a excepción Alianza. Tres días antes del partido un delantero español se acercó a Villanueva y Neyra para decirles burlonamente: "De aquí —señalando la punta del zapato— saldrán seis goles… seis a cero. Nada más" y se retiró muy fresco.
Los días pasaron volando. El equipo español y Alianza frente a frente esperaban el pitazo del árbitro. El popular "Manguera" se dirigió al arquero español para decirle: "Por ahí —señalándole un ángulo— voy a meter tres goles". El golero catalán contestó muy seguro: "Por aquí no pasa ninguna pulga". El partido comenzó y Villanueva marcó uno, dos, tres golazos y en el ángulo señalado. En la última conquista lo palmeó y le dijo: "¡Ya no más amigo, lo prometo!"
Así era de pícaro. Desde México le ofrecieron 400 dólares al mes por jugar en un equipo de ese país; pero Villanueva quería demasiado a su patria para estampar su firma. En la cancha siempre era el mismo. Sus cabezasos salían con la potencia de un shot fulminante y a veces suaves cuando solo había que culminar. Amigo de las "cerveyolas", "el cortao", la guitarra, el cajón y la marinera. Gran amistad le unió con el desaparecido compositor Felipe Pinglo.
A pesar de que su juego había decaído en un tiempo, fue Ilamado para integrar el seleccionado peruano que participaba en el primer sudamericano. En los primeros encuentros fue postergado por Juan Puente que impresionaba por su fuerte shot. Pero cuando se decidió su inclusión en el equipo, Perú mejoró y se ubicó tercero. Campeón fué Argentina.
Hizo el mejor gol que hizo corear su nombre un minuto. El "maestro" recibió un servicio de córner reteniendo la pelota con la cabeza y como quien calma a un rebelde la retuvo largos segundos en su frente hasta terminar enviándola a un ángulo difícil. iMaestro! volvían a gritarle en las tribunas.
También tuvo sus tardes negras, donde no le salía nada de lo que sabía hacer. Daba la impresión que jugaba cuando estaba con ganas de hacerlo.
En 1933 integra la Selección del Pacífico jugando al lado de "Lolo". El crema jugaba en el centro y el gran "manguera" de interior izquierdo. Era el binomio perfecto. Uno fuerza bruta, arrolladora, el otro gracia, picardía criolla.
"Manguera" llevaba en la sangre el zig-zag, el endemoniado dribling que en Berlín enfureció a los macizos europeos, quienes lo seguían en masa sin pelota para enseñarle a no burlarse con su risa blanca. Celebraba sus travesuras con la pelota, que también eran "festejadas" por sus demás compañeros.
Su débil constitución física comenzó a minarlo. Los hinchas descontentos comenzaron a notar sus deficiencias que él trató de ocultar exigiéndose al máximo. Pero en las tribunas voces destempladas vociferaron: "¡Ya estás viejo! descansar! ¡Vete a descansar!
Sus amigos con pesar le decían: "Ya no eres el de antes". El maestro estaba enfermo. Su declive era tan notorio que se caía a cada momento. Cada frase hiriente del público era una bofetada. "¡Está demás Manguera! dijo una voz por ahí. Villanueva pisó la bola, dibujó un arabesco, dejó sembrados a uno, dos, tres adversarios, bailó un segundo... y el público quedó en silencio. Al final le habían fallado las piernas.
¡Negro maleta! ¿Cuánto te han pagado? gritaron los ingratos admiradores. ¡Mete la pata negro flojo! dijo otro y Villanueva se levanta arrastrando los pies disimulando las lágrimas. Quienes lo insultaron en su declive muy tarde comprendieron que "Manguera" quiso dar lo último de su endeble cuerpo buscando la gloria de Alianza.
Murió víctima de tuberculosis en la sala Santa Rosa del Hospital 2 de Mayo al amanecer del 11 de abril de 1944.
El día de su muerte miles de gentes desfilaron frente a su ataúd. La multitud paralizó el transito. El genio más grande del fútbol peruano tuvo un final triste, pero con su muerte comenzó a tejerse una leyenda, la leyenda del "Maestro", el gran "Manguera" Alejandro Villanueva…
*Revista Arriba Alianza, No. 1, Lima, 12 de diciembre de 1968, pp. 6-7.
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