José Maria Lavalle: "Éramos once amigos íntimos, una fraternidad"

Fue un magnífico puntero derecho, uno de los más notables, quizá el más diestro delantero de aquel equipo aliancista de los años 25.

José María Lavalle una insignia viviente, un símbolo del equipo crolo. Un malabarista del balón aquí en la crítica de Montevideo consideró “La Sombra de Vestido”, el half de las elecciones Uruguayas.

Recluido en su casa de Prolongación Iquitos, en Lince, jubilado desde hace dos años de la Municipalidad de Lima, donde trabajó como chofer de un volquete de servicio público, José María, no quiere saber nada del fútbol.

“Lo siento por ustedes que han tenido la amabilidad de buscarme, pero he hecho una promesa: no hablar más del fútbol. Mi vida como deportista ha terminado…”

Su mano derecha se aferra a un costado de la puerta de entrada a su modesto hogar. Sus palabras tienen un sabor amargo: de ingratitud, de pena, de ambiciones no cumplidas.

“Hay cosas que nos obligan a no hablar más sobre lo que nos gusta. El fútbol fue mi pasión, lo tenía aquí dentro… El deporte da desilusiones, desengaños… así es la vida”

Su figura obesa, sus manos anchas, sus ojos casi desorbitados, vistiendo un “bibirí” que contrasta con el color de su piel, pantalones azules y sandalias. Qué diferencia del moreno que “sacaba a roncha" cuando burlaba a los rivales defensas.

“Ya no hablen de nosotros los viejos, ya nos han hecho bastante reportajes ahora con los jóvenes, que los conozcan sus hinchas, nosotros para qué…”

De pie: Domingo García, Alberto Montellanos, Filomeno García, Julio García, Juan Rostaing y Juan Valdivieso; Abajo: Alejandro Villanueva, Demetrio Neyra, Jorge Sarmiento, José María Lavalle y Alberto Soria.

—Usted es una insignia viviente de Alianza Lima, Don José María…

“Muchos elogios he recibido… Ese qué me ha dicho me gusta, pero por favor no insista, no quiero saber nada del fútbol, por eso es que ya no voy al estadio desde hace dos años, para que no me reconozcan…”

Parece un niño suplicante. Periodistas al fin, insistimos no obstante.

—¿Recuerda su mejor partido en Alianza?

“Imposible, han pasado muchos años. Ya no recuerdo. Sólo se que siempre jugué por Alianza, fui íntimo desde que me inicié hasta que colgué los botines”

Y sin quererlo, aunque un tanto desconfiado comienza un informal conversación. En la puerta de su hogar, haciendo gestos, limpiándose el rostro; con frases cortadas cuenta: 

“Antes se jugaba con más calor y emoción que ahora… No teníamos entrenador que nos enseñara y todo lo que aprendimos fue a golpe de infortunios. Nosotros mismos pulimos nuestro estilo…”

“Éramos once amigos íntimos, una fraternidad…” al hacer esta aclaración su rostro se vuelve taciturno, quizá ha recordado Alejandro Villanueva, el ídolo negro, su compadre, su amigo, su “pata”.

“Nadie me enseñó nunca cabrear pegado en la línea de fuera, pero cuando escuchaba la marinera me entraba el demonio del arabesco y no paraba hasta la punta”.

No sabemos qué recuerdo pasó en ese momento por su memoria tal vez aquel partido contra los uruguayos allá en 1930, cuando los campeones olímpicos solo pudieron meter un gol en el arco aliancista.

Los diarios uruguayos comentaban así el duelo de Gestido con Lavalle:

“Corrido como un rayo aquel moreno Lavalle. Las entradas por la punta derecha del equipo peruano llevaba el peligro por la valla del equipo celeste. Y aquel endiablado puntero de ébano, brillaba el sol, se escabullía, angustiaba… El gran Gestido derrochada presencia para frenarlo, hasta que en el tenso mano a mano, allá en el segundo tiempo triunfó el glorioso celeste. Lo pasó Lavalle la carrera, se recuperó Gestido, persiguió, dio alcance, le quitó el globo, se paro frente al peruano, lo esquivó, lo esperó, volvió a pasarlo y cuando Lavalle bajó la guardia, entonces el magistral half se fue por la raya hacia adelante, en medio de una cerrada ovación…”

Después de esa acción surgiría el gol para los uruguayos, pero José María Lavalle Covarrubias se había consagrado en Montevideo. Desde entonces lo llamaban “La sombra de Gestido”.

José María se muestra vacilante cuando se ha dado cuenta que involuntariamente ha empezado a hablar de su vida como futbolista. Pero hemos podido hallar la punta del pabilo y el ex-crack victoriano sigue narrando.

“Fue la fantasía de las tribunas la que me puso el apelativo “La Sombra”. Cuentan que yo escribí sobre el grass el nombre de Gestido, como si pudiera hacerse alguna vez tal hazaña”.

Sencillo, muy modesto, filosófico como ninguno,  el ex integrante de “Rodillo Negro”, manifiesta que no conservará ningún recorte de periódico, ni de revista.

“Siempre he vivido al día. Vivo el presente, para qué recordar el pasado…”

Y su frase lo han hecho volver al momento, no quiere proseguir, ahora sí que ya no hablará.

La puerta entreabierta nos deja ver al fondo de la habitación un cuadro con el equipo de alianza de 1925 al 30, aproximadamente.

Valdivieso, Rostaing, Soria, Filomeno y Domingo García, Quintana, Demetrio Neyra, Montellanos, Villanueva y “Kochoy” Sarmiento, son sus compañeros de equipo. Es la única foto que conserva.

Es el cuadro último que jugó el primer clásico en septiembre de 1928, con Universitario de Deportes.

José María jugó contra los cremas en todos los clásicos hasta 1939, la mala época de Alianza, cuando se produjo “la baja” de categoría cuando actuó con Villanueva, Quispe y Morales.

Lavalle fue durante esa época del hombre que jugaba el fútbol bailando marinera, señor de señores por su corrección y criollo por excelencia.

Se había iniciado junto con Rostaing en el tercer equipo de Alianza, en el “Juventud”. Ahí también estaba Valdivieso. De la clásica pelota de trapo había pasado a jugar con la de cuero.

Tenía clase el morenito ese que zigzagueaba en el campo. Subió al primer equipo aliancista. Ahí demostró lo que valía.

Lamentablemente, el fútbol en ese entonces no era profesional. Los jugadores ganamos propinas, ridículas sumas de dinero. Era un fútbol en el que predominaba el amor por la camiseta.

Por eso fue que cuando su hijo mayor, José María Lavalle Sánchez decidió hacerse futbolista, el otrora crack aliancista expresó: “Yo gané gloria, ojalá que él gane plata”.

José María Lavalle Jr. había heredado de su padre la picardía, y la admiración lógica que en él habían despertado las hazañas de su progenitor lo estimularon para ser jugador profesional.

El hijo del puntero derecho de Alianza tenía pasta. Pero exactamente 18 años después que José María Lavalle fuera excluido de la Selección Nacional que no representó en Berlín en 1936, porque lo consideraron en decadencia, su hijo fue separado de la acción juvenil que debería viajar a Caracas. Era en 1955.

Padre e hijo se identificaron en la misma amargura. Don José María llegó a decir que la exclusión de su primogénito era debido a causas raciales, “por ser negro como su padre”.

Lo sucedido era otra mala jugada del destino. La sonrisa del moreno que buscaba sobre su cabeza su clásica gorra a todo momento desapareció desde entonces. “No debieron ilusionar a mi muchacho”, se repetía constantemente.

Lavalle había jugado hasta un año antes (1954) por el equipo llamado Olímpicos del Fútbol Peruano. En una de sus giras por el interior del país, más precisamente en Tingo María, el crack fue ovacionado y premiado con erogaciones que el público asistente dio en forma voluntaria.

Ese mismo año los viejos jugadores de Alianza le hicieron entrega de un pergamino en el día de su cumpleaños: 21 de abril.

Retirado del fútbol, quedaban atrás la gloria pasadas, recuerdo de las giras por Centro y Sud América.

Ahora que ya no quiere saber nada del fútbol, esos recuerdos ya se han emborronado en su memoria. Por eso no quiere dar nombres, ni recordar sus mejores goles.

Quizá sea egoísmo de su parte, no lo sabemos, pero supuesto aún no tiene el sucesor que encaje en sus mismas características en la delantera aliancista.

Se dice que Babalú Martínez tiene algo de su picardía criolla, porque es un palomilla del fútbol, pero Babalú juega de wing izquierdo y José María Lavalle fue el mejor puntero derecho de ese “Rodillo Negro” de Alianza Lima.

Entrevista publicada en la revista ¡Arriba! Alianza, N° 17, 6 de agosto de 1969, pp. 30-31.

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