Semblanzas del Pasado. Eugenio Zegalá
En un día del año de 1912 se presentó a Alianza Lima un chiquillo de negros cabellos ondulados, mirada vivaz e inquieta, delgados labios, nariz aguileña y tez despercudida. Con cierto desparpajo, que llamó la atención de quienes lo atendían, pidió, mejor aún, exigió, se le asignara un lugar en el equipo infantil de la Institución. Hubo discusiones y cambios de ideas. Al fin, se acordó darle de alta en eleven, en un puesto cualquiera, siempre y cuando no fuera en el arco. Influyó en esta decisión el aspecto magro del singular candidato, pues, a pesar de que levantaba ya varios centímetros del suelo, su torso y su musculatura dejaban mucho que desear.
Así fué como se inició, allá, en esos lejanos tiempos, Eugenio Zegalá, el arquero peruano que primero impresionó a los públicos del lado Sur de nuestro Continente. Y que voceó con verdadera arrogancia y propiedad la fama hoy corriente que asigna al Perú el sitial de honor como cuna de porteros.
Por espacio de cuatro años luchó y se esforzó por llegar al lado de los grandes. Contra la oposición de no pocos ocupó el puesto de arquero considerado sumamente difícil y demasiado peligroso y arriesgado para su contextura. Pero muchacho de corazón supo arriesgar y defender su sitio con verdadero pundonor, ansias de convencer y auténtica valentía.
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Fuente: Equipo. |
Cuando uno vuelve la mirada hacia atrás para contemplar brevemente los rostros, las figuras y las actitudes de todos aquellos que sólo con su entusiasmo y tesón crearon el deporte más popular de hoy en el Perú, no puede menos que conmoverse. Porque sorprende cuán desprendidos fueron. Y porque sabe que ellos que tuvieron que sufrir los años más duros de este deporte, se dieron a él con singular desinterés, y llevados únicamente por su amor al ejercicio y a la vida sana.
Fué en 1916 que Zegalá se incorporó al primer cuadro. Ya por esos días su peculiar estilo de atajar la pelota iba poniendo en claro su personalidad. Y afirmando un prestigio que, creciendo más y más, llegaría a colocarlo como el mejor guardapiolas de su tiempo en el Perú, y uno de los de más alta jerarquía en América.
Dueño de una agilidad felina, elástico, rápido de movimientos, audaz en las estiradas, valiente en las salidas, con mucha colocación y gran vista, fué Zegalá quien siempre puso la emoción —sonora y ululante unas veces; como callada y entristecida otras— que estremece a la multitud en las tribunas, y que, ya cuando se abandona el estadio hace que uno lleve en la boca aquel amargo sabor que nos pincha el paladar. Y esa ligera palpitación sobre el pecho que denuncia, aunque no deseamos creerlo, que hemos sido cogidos por el dolor.
Eugenio era todo un espectáculo. Auténtico maestro del plangeón, dominaba el estilo con rara propiedad. Si alguna bola venía a media-agua, allí estaba él con su inconfundible y delgada silueta, un poco adelante de la raya del goal, embutido en su gruesa chompa de lana con el cuello subido hasta la mandíbula y su corto pantalón negro. Sus manos ágiles atrapaban el esférico en el aire mientras su cuerpo perfectamente estirado y horizontal pintaba en el espacio la escultura breve de su figura.
Aliancista ciento por ciento desde que nació al fútbol hasta su retiro de las canchas, sirvió en el cuadro de los "Intimos". Sólo un breve lapso defendió los colores del Circolo Sportivo Italiano, mas presto regresó al club de sus mejores glorias y alegrías.
Dos jiras —una a Centro-América en 1928, que duró 7 meses, y que pudo prolongarse hasta Europa; y otra a la Argentina para defender los colores patrios en el Sudamericano de 1929— hicieron posible que otros públicos y otras canchas aplaudieran y fueran escenarios de sus grandes atajadas.
Sin embargo, en sus recuerdos son las temporadas de los equipos españoles Real de Madrid y Deportivo Español las que han quedado perennizadas. La primera porque como Director Deportivo de Alianza impuso —con su clara y vigilante pupila— la inclusión de Alejandro Villanueva en la delantera de los "Intimos", contra la oposición de todos los dirigentes que no reconocían aptitudes al genial negro desaparecido, y que con ese match hacía su debut internacional. Y la segunda, porque tuvo la ocasión de admirar de cerca y sobre el mismo grass que pisaba aquella figura enorme de arquero que se llamó: ZAMORA.
Muchacho sensible y emotivo, infinidad de veces lloró y estuvo sin poder pronunciar palabra, pues en las tribunas los aplausos y las explosiones de aliento vigorizaban demasiado su ánimo. Y en el tiempo en que cargar y atropellar al guardavalla era consentido y aplaudido como jugada de aliento, consideró cual una gran recompensa obtener un diploma que acreditaba haber ganado con su club el primer puesto en el torneo uno que premió la Liga de Fútbol de Lima y que se llamó de la Llave y Medalla de Oro.
Hoy a 18 años de su retiro de las canchas, habla y comenta de fútbol con el mismo entusiasmo, desintérés y capacidad de antes. Mas, al verlo se puede asegurar que tiene aún la vitalidad y energía necesarias para vestir su gruesa chompa de ayer y defender con igual maestría y valor el sitio peligroso de arquero. Es que como buen deportista, ha sabido mantenerse en forma. Unica manera de responder al aliento generoso de la afición y a la esperanzada confianza de sus hinchas.
*En Equipo, Año I, No. 50, Lima, 11 de Junio de 1948.
*El verdadero nombre del ídolo aliancista era Eugenio Segalá Castillo.
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